Admito
que ver la fotografía me resultó chocante, pues al leer el titular
del diario, supuse que sería una tierna imagen de una mamá con un hijo en sus brazos.
Pero no. La imagen provoca y se estrella de frentón con otras ideas
preconcebidas que subyacen en mi subconsciente cultural.
Personalmente,
no comparto que el apego parental requiera dar pecho hasta los 6 años (no sé si
a tales alturas pueda hablarse de “amamantar”) y tampoco me hace fuerza
suficiente que se trate de un hecho biológico, pero admito que haya gente a
quienes les parezca incluso natural. De hecho, he sido testigo en el metro y la
micro de madres en situaciones similares con hijos de más de dos años y aunque yo
no lo comparta entiendo que es parte de su libertad hacerlo, aunque estime desubicado
hacerlo en público.
El tema a mi parecer, es el respeto por el
otro que convive conmigo en el espacio común de lo público. Como lo dice la
misma mujer de la fotografía: "La
gente debe darse cuenta de que esto es biológicamente normal", "Cuanta
más gente lo vea, más se convertirá en algo normal en nuestra cultura. Eso es
lo que espero. Quiero que la gente lo vea"
Nadie
dudará que orinar también es normal y, más aún, necesario, pero no parece que
eso pueda ser parte de una cruzada de reforma cultural llevada adelante por una
minoría iluminada que por vías distintas al consenso social - cultural pretenda imponer la sana práctica que -a su juicio- podría
ser la de orinar en los espacios públicos como parques, plazas y calles (práctica que sin embargo es admitida en ciertas sociedades como en el Perú).
El
asunto es que el “Quiero que la gente lo
vea”, es en sí una acción de fuerza, una imposición a los demás a aceptar
algo que legítimamente pueden no querer aceptar y que no tienen porqué aceptar
en un espacio que no es privativo de nadie, y en el cual existen ciertos
consensos sociales preestablecidos acerca de lo que es admisible y qué no. Consensos
que por cierto cambian, como por ejemplo hoy se advierte al ver a dueños de
perros que recogen las heces de sus mascotas, cosa que en otros
tiempos no era exigida socialmente.
El
espacio público para que sea vivible, debe ser un lugar de respeto recíproco, y
acciones como la vociferación e imposición del punto de vista personal mediante
acciones que fuerzan a los demás a objeto de lograr el reconocimiento social
acerca de conductas propias que pueden ser consideradas disvaliosas por otras personas
y “convertir en normal” lo que no lo es, son de suyo acciones de intolerancia
al legítimo derecho ajeno a disentir de aquél que pretende reivindicar su especial
“particularidad”. Reivindicación absurda, pues todos somos “particulares” en lo
propio y comunes en lo general.
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