miércoles, 15 de agosto de 2012

Inspiración - divagación

Me inspiré, se prendió la ampolleta. Debe ser el Gato Negro que para las comidas me acompaña y que me trajo a la memoria al hijo de retornados de Canadá que en calidad de profesor de inglés "nativo" del Sam Marsalli nos confidenció que ese vino, era el mejor y más barato que era posible consumir en aquél país, noble decir que relevaba las bondades de nuestro terroir.
Antes de la dicha divagación, reflexionaba yo acerca del estudio que actualizó el perfil socioeconómico que utilizan los marketeros chilenos para vendernos sus productos. Me impactó el reconocer una frase: "quiero que mis hijos sean mejor que yo" y lo asocié con uno de los resultados de ese estudio: que buena parte de la población de nuestro país considera que la educación es el vehículo para mejorar las expectativas de crecimiento, desarrollo y ascenso social de nuestros hijos. Eso por supuesto me llevó, en una rápida asociación de ideas, a revisar -una vez más- los reclamos que las calles presencian en orden a dotar de calidad a la educación que se imparte en nuestro país y, de ahí, a considerar que muchos de los que hoy reclaman, son la que orgullosamente proclamaba el Presidente Lagos, la primera generación que cursa estudios de nivel superior. A continuación, me acordé de aquellos que en medio de las manifestaciones, proclaman y vaticinan el "fin del modelo", por considerarlo de un origen espurio al haber sido instaurado por la Dictadura. Es misma dictadura que a contar de mis catorce o quince años repudié por mancillar las libertades y derechos fundamentales de los hijos de esta tierra, en esencia, iguales en dignidad y derechos. Recordé, entonces, que ni aún en la época del plebiscito del sí y el no, tuve la tupé de desmentir que a pesar de aquellas atrocidades, el régimen había sido capaz de reestablecer el orden, promover el progreso material y económico e instaurar las bases de un sistema capaz de dar respuesta a aquella vieja aspiración de los más desposeídos en cuanto a querer que sus hijos sean más que ellos. En esa época yo contaba 17 años y en mi sala de clases, divididos entre los que eramos del no y aquellos que eran del sí, discutíamos apasionadamente las razones de nuestras opciones. Nunca nos agarramos a combos, pero nos dividía una muralla invisible, misma que hoy quisiera, tras más de 20 años, que no nos dividiera y fuésemos capaces de construir una historia común. Nada de eso se ha logrado, y hoy, nuevamente, se nos presentan las cosas en blanco y negro. Se nos intenta convencer que el modelo está malogrado, que ha sido nefasto, que todo lo hecho por Pinocho fue malo, casi por la sola circunstancia que al viejo se le ocurrió o lo convencieron de algo (los Chicago Boys) y lo implementó. Pero igual es su culpa (fetiche).
La Concertación, por su parte, se nos presenta hoy como cómplice y sus miembros más conspicuos rasgan vestiduras diciendo que los poderes fácticos de la derecha les impidieron corregir el modelo. Que las transacas de la democracia de los acuerdos y otras yerbas obstaculizaron instaurar un sistema más igualitario, en que el San Estado pudiera -por su mágica intercesión- hacer las correcciones para enmendar  las desigualdades de esta discriminatoria sociedad que relega a sus hijos a la pobreza.
Hoy, el Chile que se muestra en este estudio, nos dice que no hay nada nuevo bajo el sol. Que los chilenos seguimos aspirando a verdaderos vehículos de promoción social, que nuestro estándar de vida en cuanto a comodidades y bienes materiales ha mejorado, pero que nos falta -como efectivamente es- que las fronteras entre clases sociales sean permeables al esfuerzo, dedicación, trabajo y capacidades de quienes quieran traspasarlas. Que la estratificación social no debe ser algo pétreo sino vulnerable y no sólo para bajar, sino que sobre todo para subir.
A nada de esto dan respuesta los denominados "movimientos sociales" frase cliché y engañosa, que arrogándose la representación de la voluntad popular fuera de todo marco institucional y civilizado, pretende hacernos creer en las facultades intercesorias de San Estado, cuando la evidencia sugiere -por el contrario- que las personas quieren ser dueñas de sus propios destinos, sin deberle favores a un colectivo difuso que el día de mañana les saque en cara que lo que tienen se los dio don Estado en aras del bien social superior definido por quién sabe qué iluminado.
Hoy, cuando esos caballos de troya inventados por la izquierda llamados elegantemente "movimientos sociales", nos presentan la disyuntiva entre el lucro y la gratuidad, entre la educación igual para todos y la educación de mercado, hace falta una pausa. Esa pausa que nos tomamos en serio cuando revisamos nuestra propia vida y nos damos cuenta que lo queremos es aquello que surge de nuestra propia esencia, aquello que nos hace felices y que eso, al final del día, depende de nosotros. De cada uno. Como todas aquellas personas de los estratos sociales más bajos que sienten un orgullo inmenso, por haber vivido y superado, en mayor medida gracias a su propio tesón, la difícil experiencia de haber salido de un campamento y desear que sus hijos sean mejor que ellos. Eso, nadie se los puede quitar. Eso construye una Nación.

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